MATUTE, Ana María. Todos mis cuentos. Ilustraciones de David Molinero. 3ª ed. Barcelona : Lumen, 2002. 369 p.
Érase una vez una niña llamada Ana María que nació en una época de sombras acaparadoras y tímidas luces. Era una niña enfermiza. A temprana edad ya tuvo que guardar cama debido a un par de ataques de riñón. Lejos de lamentarse por no poder salir de casa y correr a los campos y a los bosques cercanos, hizo una cosa muy especial. Poca gente puede hacer lo que hizo la niña Ana María.
Érase una vez una niña llamada Ana María que nació en una época de sombras acaparadoras y tímidas luces. Era una niña enfermiza. A temprana edad ya tuvo que guardar cama debido a un par de ataques de riñón. Lejos de lamentarse por no poder salir de casa y correr a los campos y a los bosques cercanos, hizo una cosa muy especial. Poca gente puede hacer lo que hizo la niña Ana María.
Atrajo los bosques y los campos a su propia habitación. Así, con papel y lápiz, inventó un número infinito de aventuras que le permitían pasar los días de otoño de modo más placentero. Su cuarto se convertía en los inmensos salones de un palacio, la buardilla de una casona o el foso de un castillo. Sus muñecos eran sus compañeros de travesuras y demás acciones infantiles. Y los adultos eran amigos o enemigos a voluntad de la niña Ana María. Sin embargo, los adultos eran unos seres que hacían que los niños fueran más pequeños todavía. Porque no les comprendían ni se molestaban un minuto en comprenderlos.
De esta manera, Ana María topó con la peor enemiga que se pudiera tropezar un niño con la fantasía pegada al cuerpo. La realidad. Una realidad brillante de sangre y oscura de lágrimas, llena de consignas vacías y ensordecedora de silencio, repleta de hambre y creadora de muerte. La realidad, dominada por la guerra civil española, no amaba las personas que querían fugarse de ella con su imaginación e ingenio. Y Ana María era una de estas personas.
Para hacer frente a esta realidad tan terrible, la niña se alió con el tiempo y cogió cuantos papeles y lápices le cabían en sus pequeñas manos. Aunque la realidad hizo mella en algunos de los ataques-cuentos de Ana María, ella supo colorear con palabras que parecían auténticos cañonazos. También experimentó el arte del escondite al disfrazar sus personajes-compañeros de una inocencia muy creíble. Finalmente, logró derrotar a la realidad con sus estocadas-relatos.
La amistad con el tiempo fue acrecentándose más y más; al igual que la imaginación sujeta en su corazón como un broche antiguo. Así mientras el tiempo le iluminaba dulcemente el pelo hasta dejarlo blanco como la nieve, la fantasía fluyó de sus manos como el más cristalino de los manantiales y brotaron cual géiseres obras como Algunos muchachos y Olvidado rey Gudú.
Hace poco, sin embargo, la realidad se ha recuperado de su fracaso y ha retado a Ana María a otra batalla. Lamentablemente la realidad llamó a una de sus mejores amigas, la muerte. Esta vez, la niña no pudo vencerla ... o al menos esto es lo que ha pretendido hacer creer a la realidad.
Al enterarse de su fallecimiento, la que escribe estas líneas se acordó de un volumen verde y duro guardado en un armario de madera. Lo sacó, lo abrió y se encontró con el primer cuento El saltamontes verde. Así, con Carnavalito, Paulina y Sólo un pie descalzo; el espíritu de aquella niña enfermiza hizo que me olvidara de la realidad compuesta de la esclavitud de las hipotecas, del peligro del paro, de la irrupción de la pobreza ... y empezara a volar encima de prados llenos de flores, de bosques que esconden secretos y de ríos con mágicas aguas.
Tan sólo me queda lanzar la estocada definitiva a la realidad con este sablazo en forma de agradecimiento: ¡Gracias, Ana María Matute, por sacar la niña que aún llevo dentro!
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